lunes, 18 de junio de 2012

Samsara


El otro día fui a un concierto de piano y no volví. Allí, en un momento impreciso entre pieza y pieza, me morí. Y al instante supe que algo había cambiado, aunque no sabía qué era exactamente.
Cuando mi cuerpo abandonó la sala, me sentí profundamente conmocionada y fuera de lugar. Ausente. Ya no era yo. Más bien era una espectadora paciente, sin ningún tipo de ambición, curiosidad o deseo. Vacía; completamente vacía. Y al mismo tiempo melancólica, triste, dolorida, horrorizada. Así pues, en las horas siguientes me limité a fruncir el ceño, confusa, incapaz de pensar en nada.
Han pasado tres días y sigo en estado de shock. Hay algo en aquella salita oscura, en aquel piano de un cuarto de cola, en aquel hombre con luz propia, en la fluidez de la música y en las sonrisas de los cuatro gatos que escuchaban un concierto digno de un auditorio, que me ha cautivado. Me siento fatal. Estoy incómoda y molesta conmigo misma. Necesito desahogarme y que se me aclaren las ideas... Porque estoy hecha un lío. Me he enamorado de un recuerdo y se me ha roto el corazón.